DICCIONARIOS.
Señor Director:
Son frecuentes las disputas acerca del significado "correcto" de las palabras. Hace muy poco, según la prensa, el presidente de la Cámara de Diputados zanjó una de estas discusiones a través de un recurso habitual: la consulta al Diccionario de la Real Academia Española (Drae).
Muchos chilenos, incluso cultos, creen firmemente que:
1.- Las voces que no aparecen en el Drae no existen.
2.- Las acepciones que aparecen en el Drae son las únicas "correctas".
Es útil hacer algunas reflexiones al respecto
Consultar un diccionario es siempre enriquecedor. Y el Drae es un buen diccionario, uno de los mejores. Aunque imperfecto, como cualquier obra humana, de todos modos solucionará la gran mayoría de nuestras consultas.
Sin embargo, no dejan de presentarse algunos problemas.
Habría que dejar en claro que no hay diccionario exhaustivo. Esta es una fatalidad a la que no escapa ninguno. La razón fundamental es que el léxico es un conjunto abierto, en el que continuamente están ingresando nuevos elementos que van creando las comunidades hablantes según sus necesidades expresivas.
Por otra parte, no hay diccionario que esté al día, aunque acabe de publicarse. La recolección de materiales, su elaboración y la impresión consumen años. La última edición del Drae es de 1984 y si le sumamos conservadoramente unos catorce años de elaboración nos encontramos con un atraso de aproximadamente un cuarto de siglo.
Estas dos características (y su débil base documental) explica que no aparezcan en el Drae voces habituales en nuestro medio. No se trata sólo de expresiones como las empleadas generosamente por "La Garra Blanca" o "Los de Abajo" (U. de Chile paradigmática); estas instituciones, gracias a su ingenio criollo entre gongorino y garcilasiano, convierten cualquier espectáculo deportivo en una edificante fiesta del espíritu, que hace las delicias del respetable. Tampoco aludo a indigenismos. No, me refiero a voces más neutras e inocentes, incluso cultas, como compatibilizar, cansador, parvularia, nutricionista, roquerío, hiperkinesia, o a las que pertenecen al léxico de la ciencia y la tecnología: casetera, procesador de textos, tarjeta de crédito.
Creo que estos ejemplos bastan para rechazar la primera premisa. El que no aparezca una voz en el Drae no quiere decir que no exista ni, mucho menos, que no deba usarse.
Pasemos al segundo principio.
No siempre coinciden los significados que aparecen en el Drae con los que son usuales en nuestra lengua culta. Ningún chileno, culto o inculto, estará de acuerdo en que no existe el color café. No jugamos pimpón con palas ni regamos con mangas, ni entendemos por deleznable "que se rompe, disgrega o deshace fácilmente", ni por colación la "refacción que se acostumbra tomar por la noche en los días de ayuno".
Es legítimo que creemos voces y acepciones que respondan a nuestras necesidades, que adoptemos y adaptemos palabras de otras culturas, que a menudo se trasladan junto con las innovaciones materiales o espirituales. Esas creaciones o translaciones de sentido son productos de un esfuerzo del hablante por comprender y dominar el mundo, por expresarse, por actuar sobre el prójimo.
No todas las creaciones son aceptadas por la sociedad. Hay un proceso misterioso que va desde la creación individual hasta la aceptación social. Y conviene preocuparse cuando empiezan a incorporarse a la lengua voces como: reventado, pasta base, pepa, chicota, galoparse.
En casos como éstos no nos ayuda el Drae. Se necesitaría además un diccionario normativo que recogiera el léxico común y culto propio que tiene validez entre nosotros, que es tan "correcto" como el que se emplea en México, Bogotá o Madrid y es parte importante de nuestro capital intelectual. Esperamos que una obra así sea uno de los subproductos del "Corpus Integral del Español de Chile" contemporáneo en el que estamos trabajando (Morales Pettorino, Quiroz, Wagner), apoyados por Fondecyt. Este corpus computarizado (o computadorizado, si nos ponemos académicos) constará de algo más de dos millones de palabras y ya nos falta muy poco para ingresar el primer millón).
En suma, ninguno de los dos principios resulta aceptable. Pero esto no puede entenderse como un "todo vale" y que aplaudamos al despistado que llama troglodita al que domina varias lenguas o sifilítico al que colecciona estampillas.
Cordialmente,
Dr. Leopoldo Sáez Godoy
Seminario de Lexicología
Ipes Blas Cañas
Publicado en el diario La Tercera del sábado 17 de agosto de 1991 en la sección "Cartas al Director".